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El impacto humanitario de las armas nucleares exige una acción concertada

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Por Daisaku Ikeda*

TOKIO (IPS | IDN) – A medida que nos acercamos a la celebración, el próximo año, del  70 aniversario de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, vemos como cada vez más voces se unen para exigir que las consecuencias humanitarias del uso de estas armas, ocupen un lugar central en las deliberaciones sobre armamento nucleare.

La declaración conjunta sobre las consecuencias humanitarias de las armas nucleares que se presentó a la Asamblea General de la ONU en octubre, recibió el apoyo de 155 gobiernos, más del 80 por ciento de todos los estados miembros.

La visión de que “es interés de la propia supervivencia de la humanidad que las armas nucleares nunca más vuelvan a utilizarse, bajo ninguna circunstancia”, que fue poderosamente enunciada en la Declaración Conjunta, manifiesta un creciente consenso de la humanidad.

La Tercera Conferencia Internacional sobre las consecuencias humanitarias de las armas nucleares se celebrará en Viena los días 8 y 9 de diciembre. Esta conferencia y sus deliberaciones deben dar un nuevo impulso a los esfuerzos para poner fin a la era de las armas nucleares, una época en la que varios estados han considerado que estas armas apocalípticas son piezas clave de la seguridad nacional.

Sin embargo, esto podrá ocurrir sólo cuando la meta de un mundo libre de armas nucleares se transforme en un imperativo global común de la humanidad, un objetivo al que participe plenamente la sociedad civil.

Hay dos elementos en especial que, dentro de la agenda de la Conferencia de Viena, nos obligan a adoptar la perspectiva de una iniciativa global compartida.

El primero es el examen de los indicadores de riesgo para el uso accidental o inadvertido de las armas nucleares, debido a un error humano, fallo técnico o seguridad cibernética.

Durante la crisis de los misiles en Cuba en 1962, los ciudadanos del mundo entero quedaron paralizados por el horror al verse al borde de una guerra nuclear a gran escala. Para desactivar la crisis, los líderes de Estados Unidos y la Unión Soviética necesitaron trece días y un esfuerzo desesperado.

Hoy, si un misil que transporta una ojiva nuclear fuera disparado por error, sólo tardaría unos trece minutos antes de alcanzar su objetivo. Cualquier escape o evacuación sería imposible, y la ciudad blanco del misil, cono todos sus habitantes, sería devastada.

Además, si al disparo accidental de un misil nuclear le siguiera una represalia, incluso en una escala muy limitada, su impacto en el clima y la ecología global causaría una “hambruna nuclear” que podría afectar hasta a dos mil millones de personas.

El uso de una sola arma nuclear puede destruir y aniquilar el esfuerzo paciente de enteras generaciones de seres humanos que se han empeñado en crear sociedades ricas en culturas y vidas significativas. Es en este atropello incalificable, más que en el cálculo numérico de su potencial destructivo, que la naturaleza inhumana de las armas nucleares se manifiesta en toda su crudeza.

El segundo elemento del programa que pone de relieve la naturaleza especialmente atroz de las armas nucleares – el aspecto que las hace fundamentalmente diferente de otras armas – es  el impacto de los ensayos de armas nucleares.

Los ciudadanos de Hiroshima y Nagasaki no son los únicos que han sufrido directamente los efectos terribles de las armas nucleares. Como indica el uso compartido de la expresión “hibakusha”, un gran número de personas siguen sufriendo las consecuencias de los más de 2.000 ensayos de armas nucleares que se han llevado a cabo hasta la fecha.

Además, las comunidades próximas a las instalaciones donde se desarrollan armas nucleares en los Estados poseedores de este tipo de armamento, han sufrido grave contaminación radiactiva, y suscitan constante preocupación sus efectos en la salud de las personas que han trabajado en estas instalaciones o han vivido cerca de ellas.

Como demuestran estos ejemplos, la decisión de mantener las armas nucleares, incluso si no se utilizan realmente, plantea graves amenazas a la vida y la dignidad de las personas.

Se calcula que los gastos globales anuales en armamento nucleare superan los cien mil millones de dólares. Si se destinara esta enorme suma no sólo a mejorar las vidas de los ciudadanos de los estados nucleares, sino también a apoyar los países donde las personas siguen luchando contra la pobreza y por unos servicios de salud mínimos, el beneficio para la humanidad sería incalculable.

Continuar con la asignación de grandes sumas de dinero al mantenimiento de la postura de estado nuclear es algo que va claramente en contra del espíritu de la Carta de la ONU, que exige el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales “con el menor desvío posible de los recursos humanos y económicos del mundo hacia los armamentos”, una recomendación de la que se hizo eco el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP).

Tenemos la obligación de enfrentar con honestidad la crueldad de perpetuar un orden global distorsionado en el cual personas cuya vida podría mejorar fácilmente se ven obligadas a seguir viviendo en condiciones peligrosas y degradantes.

Al asumir estos dos temas cruciales, la Conferencia de Viena podrá poner en relieve la esencia fundamental de la amenaza que la humanidad se impone a sí misma al mantener la actual postura nuclear – mediante la perpetuación de la “era nuclear”. Al mismo tiempo, será una importante oportunidad para cuestionar las medidas de seguridad que dependen de las armas nucleares, y hacerlo desde la perspectiva de los ciudadanos del mundo, obligados a vivir a la sombra de esta amenaza.

En 1957, en medio de una creciente carrera de armamentos nucleares, el segundo presidente de la Soka Gakkai, mi mentor Josei Toda (1900-1958), denunció las armas nucleares como una amenaza al derecho fundamental de las personas a la existencia. Declaró su uso inadmisible –bajo cualquier circunstancia y sin excepción alguna.

Los esfuerzos de la SGI, en colaboración con diversas ONG asociadas, ahondan sus raíces más profundas en aquella declaración. Al empoderar a las personas para que puedan comprender y enfrentar el escenario de las armas nucleares, hemos hecho realidad una red de solidaridad de los ciudadanos del mundo, dedicada a eliminar el sufrimiento innecesario de la faz de la Tierra.

El deseo ardiente de los supervivientes de Hiroshima y Nagasaki, y de todos los “hibakusha” del planeta, es que nadie más tenga que sufrir lo que ellos han sufrido. Esta determinación se hace clamor a través de la sociedad civil y de su apoyo a la Declaración Conjunta aprobada por 155 de los gobiernos del mundo.

Incluso en aquellos gobiernos que no muestran un apoyo abierto a la Declaración Conjunta por su forma de entender sus necesidades de seguridad, hay una preocupación real acerca de la naturaleza inhumana de las armas nucleares.

Confío en que la Conferencia de Viena sirva a ampliar el ámbito de esta preocupación compartida y que pueda por fin conducir, en los meses previos al 70 aniversario de las únicas detonaciones de armas nucleares en guerra, a una acción compartida finalizada a romper el actual estancamiento que rodea las armas nucleares. (IPS | 21 de noviembre 2014)

* Daisaku Ikeda es un filósofo budista japonés, “constructor de paz” y presidente del movimiento budista de base Soka Gakkai Internacional (SGI) (www.sgi.org).

Original <> http://www.ipsnews.net/2014/11/opinion-from-shared-concern-to-shared-action-thoughts-on-the-vienna-conference-on-the-humanitarian-impact-of-nuclear-weapons/

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