Punto de vista de Sergio Duarte
El autor es Presidente de las Conferencias Pugwash sobre ciencia y asuntos mundiales y ex alto representante de la ONU para asuntos de desarme. Fue presidente de la Conferencia de revisión del tratado de no proliferación de 2005.
NUEVA YORK (IDN) – Aunque la humanidad ha conocido, desde los principios de la historia, la tristeza, la miseria y la devastación causada por la guerra, los conflictos militares más catastróficos de la historia son bastante recientes.
La primera guerra mundial duró desde julio de 1914 hasta noviembre de 1918 y costó unos 40 millones de vidas, entre civiles y combatientes. En total, entre 70 y 85 millones de personas perecieron durante la segunda guerra mundial, que duró de 1939 a 1945. El estimado de víctimas de la guerra incluyen aquellos que se cree murieron por causas relacionadas con la guerra, incluyendo el cautiverio, la enfermedad y el hambre.
Las armas nucleares fueron utilizadas por primera vez en 1945. Según los estándares de hoy, las bombas de Hiroshima y Nagasaki se pueden considerar como de “bajo rendimiento”, pero juntas mataron a más de 120,000 hombres, mujeres y niños en unos pocos segundos, y aún más posteriormente.
La historia, sin embargo, nos ha enseñado lecciones importantes. Los filósofos de la ilustración sugirieron evitar guerras a través de la comprensión entre las naciones. Las conferencias de paz de La Haya en 1899 y 1907 y los convenios de Ginebra de 1949 están entre las primeras formulaciones multilaterales formales de leyes que rijan la conducta de las hostilidades y la acción humanitaria en los conflictos armados.
Al final de la primera guerra mundial, la se creó la Liga de Naciones en enero de 1920 con la misión de mantener la paz y lograr la limitación de los armamentos. Fue sucedida por las Naciones Unidas en octubre de 1945, la cual fue establecida tras la segunda guerra mundial por los vencedores de dicha conflagración, asegurándose para para sí mismos una posición privilegiada y las responsabilidades correspondientes para la prevención del “flagelo de la guerra” y el mantenimiento de la paz y la seguridad mundial.
La aparición de las armas nucleares dominó los debates en los primeros años de existencia de las Naciones Unidas. La primera resolución aprobada por unanimidad por la Asamblea General el 24 de enero de 1946 creó una comisión “para hacer frente a los problemas planteados por el descubrimiento de la energía atómica y otros asuntos relacionados”.
Se le dio la responsabilidad, entre otras cosas, de hacer propuestas concretas “para extender entre todas las Naciones el intercambio de información científica básica para fines pacíficos” y “para la eliminación de los armamentos nacionales de armas atómicas y todas las demás armas principales adaptables para una destrucción masiva”. En 1957 se estableció el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) “para acelerar y aumentar la contribución de la energía atómica a la paz, la salud y la prosperidad en todo el mundo”.
Un profundo desacuerdo entre las dos grandes potencias impidió cualquier avance en la eliminación de las armas nucleares, pero las otras dos categorías de armas de destrucción masiva, las armas bacteriológicas y las armas químicas, finalmente fueron prohibidas en 1972 y en 1997, respectivamente.
A pesar del clima de desconfianza y hostilidad que prevalecía entre las dos grandes potencias durante las décadas de la guerra fría, la comunidad internacional logró negociar y adoptar una serie de instrumentos multilaterales destinados a evitar la proliferación de armas nucleares en áreas donde no existían, tales como la Antártida, el espacio ultraterrestre, la luna y otros cuerpos celestes y el fondo del mar y su subsuelo. La primera zona libre de armas nucleares en una región habitada, América Latina y el Caribe, fue establecida en 1967 y fue emulada en otros continentes, abarcando hoy a 114 países.
El principal instrumento multilateral en el campo del control de armas, el Tratado de no proliferación de armas nucleares (TNP) entró en vigor en 1970. Reconoció la existencia de cinco estados poseedores de armas nucleares, quienes se comprometieron a trabajar por el desarme. El TNP gradualmente llegó a ser aceptado por todos los países excepto cuatro. Todas sus partes no nucleares renunciaron a la opción nuclear militar a través de un compromiso legalmente vinculante conforme a los procedimientos de verificación por parte del OIEA.
El Tratado amplio de prohibición de pruebas (CTBT) concluido en 1996, pero que aún no entra en vigor, prohíbe las explosiones nucleares en todos los ambientes, creando así un tabú que refuerza el régimen de no proliferación nuclear y ayuda a limitar el desarrollo de nuevos tipos de armas nucleares. La mayoría de quienes poseen arsenales nucleares adoptaron compromisos unilaterales sobre su tamaño y las condiciones de su posible uso. Se dice que el número total de armas nucleares que existe en el mundo ha disminuido a aproximadamente 15.000 hoy.
Es de esperarse que estos y otros avances alentadores habrían facilitado más progreso hacia el desarme nuclear. La realidad actual, sin embargo, apunta a un futuro incierto.
Las tensiones internacionales se han intensificado desde finales del siglo XX, y los acuerdos destinados a reducir las tensiones entre las dos potencias principales y limitar sus fuerzas nucleares parecen estar en riesgo. El Tratado de misiles antibalísticos (ABM) de 1972 ya no está en vigor, y el Tratado de fuerzas nucleares de alcance intermedio (INF) de 1987, considerado como esencial para la seguridad europea, parece estar condenado. De la misma manera, el acuerdo Nuevo START de 2011 puede no prolongarse más allá de su fecha de vencimiento en el 2021.
Cincuenta años después de la entrada en vigor del TNP en 1970, los cinco Estados con armas nucleares aún no han actuado de manera convincente sobre la promesa de “celebrar negociaciones de buena fe sobre medidas eficaces relativas a la cesación de la carrera de armamentos nucleares en una fecha temprana, y al desarme nuclear” contenida en su Artículo VI. La credibilidad de los compromisos del tratado está en juego.
Ninguno de los instrumentos adoptados en las últimas décadas contiene una obligación clara, legalmente vinculante, con plazos en el tiempo e irreversible de eliminar las armas nucleares, en contradicción con los ideales expresados en el preámbulo de dichos instrumentos.
Pero se requiere urgentemente la acción de los mecanismos multilaterales existentes para asegurar la eliminación de la amenaza a la seguridad de todas las naciones que presenta la existencia de armas nucleares. La Conferencia de desarme de Ginebra ha estado paralizada desde 1996. De hecho, unas medidas efectivas de desarme nuclear nunca han sido objeto de debate a fondo en ese cuerpo.
Las perspectivas de progreso a corto plazo están lejos de tranquilizar. Han surgido nuevos retos. Los Estados poseedores de armas nucleares están actualmente ocupados con la “modernización” de sus arsenales y la exploración de nuevas tecnologías para su uso en guerra, desde ataques cibernéticos hasta nuevos vehículos supersónicos, y desde dispositivos nucleares de bajo rendimiento “usables” hasta la inteligencia artificial (IA) aplicada a la guerra. La competencia por la supremacía militar entre ellos amenaza con llevar al mundo al borde de la extinción.
La obsesión con mantener su estatus exclusivo ha llevado a los estados nucleares a evadir la participación y a oponerse ferozmente a la negociación del Tratado sobre la prohibición de armas nucleares y que lleva a su eliminación (TPNW), aprobado en el año 2017 por 122 Estados. Los gobiernos y los medios de comunicación en estados con armas nucleares y sus aliados suelen ignoran o burlarse del TPNW, el cual de manera tergiversada describen como perjudicial para el régimen establecido por el TNP.
Todo esto es un mal presagio para la Conferencia de revisión del TNP en 2020. La anterior en el año 2015 no logró consenso debido a desacuerdos de larga data entre los estados nucleares y los no nucleares.
La posibilidad de tener dos fracasos consecutivos atormenta a las partes de dicho importante tratado, acertadamente considerado como la piedra angular del régimen de no proliferación nuclear. El éxito de la Conferencia de revisión del TNP de 2020 depende de su capacidad para promover la convergencia hacia un orden nuclear internacional que garantice una paz y seguridad duraderas para todos.
Las condiciones necesarias para un debate y acuerdo constructivo sobre medidas efectivas de desarme nuclear son bien conocidas: adherencia a normas y principios establecidos del derecho internacional, respeto por las normas generalmente aceptadas de comportamiento entre las naciones, y cumplimiento en buena fe de los compromisos aceptados en el pasado.
Los estados con armas nucleares comparten la responsabilidad principal para el progreso, el cual es del interés de toda la comunidad de naciones. El excepcionalismo no encaja bien en nuestro mundo interdependiente y no aumentará su seguridad. [IDN-InDepthNews-25 de enero de 2019]
Foto: Sergio Duarte habla en la Conferencia Pugwash de agosto de 2017 sobre Ciencia y Asuntos Mundiales, celebrada en Astana, Kazajstán. Crédito: Pugwash.